viernes, 10 de julio de 2009

Al estilo Montignac

Hace un par de años, preocupada por mi gordura, mi hermana mayor me envió a una endocrinóloga que me diagnosticó hiperinsulinismo a mis cortos veintitantos; ella asumió que mi mayor preocupación era llegar diosa al verano y me puso a dieta, recetándome pastillas para adelgazar.

Al inicio todo funcionó bien: bajé más de 10 kilos en medio año, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de mi doctora, feliz de verme como nunca antes en el espejo y esperanzada en estar cuidando mi salud como nadie en mi familia antes lo había hecho (tengo un largo historial de diabetes en mis antepasados).

Pero poco a poco los problemas empezaron a aparecer. Como además tengo un bajísimo gasto energético, la doctora optó por darme un régimen ultra hipocalórico, con la estricta prohibición de hacer ejercicio durante la primera etapa... lo que se entendía a la perfección pues durante meses fui incapaz de subir la escalera del metro sin detenerme a la mitad, mareada por el esfuerzo.

Después apareció la somnolencia y el cansancio. Yo siempre he sido algo floja, lo admito, pero hubo un momento en que perdí las ganas de levantarme de la cama para ir a la universidad sin motivo aparente. Fui donde mi doctora que arregló todo suprimiendo las pastillas adelgazantes y dándome unas vitaminas especiales "que no engordan".

Cuando recuperé un poco mis energías perdí otra cosa muy importante: la salud. Apenas una persona estornudaba podía apostar que iba a caer enferma. De pronto mis alergias estacionales reaparecieron, pasaba con aftas bucales y más encima muerta de frío porque mi cuerpo no podía producir el calor necesario para temperarme en invierno. Mi dieta era muy estricta, pero todo era por no desarrollar una prediabetes temprana y mermar mi calidad de vida.

Cuando por fin parecí lo suficientemente delgada para mi doctora (ya había perdido cerca de 20 kilos), empecé con la 'vuelta a la normalidad' al pie de la letra. Sin las pastillas adelgazantes mi cuerpo empezó a sentir los estragos: hambre y, de ser posible, aún más frío. Peor aún, poco a poco empecé a ganar uno a uno todos los kilos que había perdido, sin importar lo estricta que fuera con mi alimentación o que siguiera cursos de Pilates y/o Aeróbica.

A la doctora no fui más, me faltaba la plata y tenía serias dudas de poder volver al régimen del inicio. Desde entonces me debatí entre la resignación de no poder controlar mi peso (lo único que me había quedado claro era que a menos peso menos hiperinsulinismo) y la culpabilidad de no cuidarme, la terrible agonía de saberse al borde de una enfermedad mil veces peor y más degenerativa como la diabetes.

Y allí estaba cuando mi amiga Naty me prestó el libro de un señor apellidado Montignac, "Cómo adelgazar y no volver a engordar".

En sus páginas Montignac explica por qué las dietas hipocalóricas como la que yo seguí están destinadas al fracaso, enumerando uno a uno los problemas que pasé con sus respectivas causas y consecuencias. Me dieron ganas de llorar.

Lo curioso es que para este señor lo que hay que atacar es el hiperinsulinismo en vez de la obesidad, y que más que la cantidad interesa la calidad de la comida que uno se echa al buche. Con eso se ganó mi respeto.

2 comentarios:

Quiltro dijo...

Gracias por el comentario. :)a veces hay momentos en que uno camina bien y otros en que cojea. a veces uno se cae y cuesta levantarse. tarde o temprano lo hago, y vuelvo a caminar, es sólo que cuando estoy tirado en el suelo, mirando elcamino quem e queda, tiendo a ponerme oscuro de pensamiento, y pienso rendirme a veces, pero son momentos breves , que luego pasan. A veces me aturden los recuerdos de mi infancia, y otras me llenan los que si valen la pena.
Gracias nuevamente
un abrazo

una Nadia dijo...

Quiltro-> Pues de nada! :) Pero yo creo que debes tener recuerdos de infancia que valgan la pena también... Y en esta vida hay que aprender a estar encima y debajo de la rueda. Abrazos!