domingo, 12 de julio de 2009

Alma de niña

Sábado por la tarde, voy atrasada a mi junta con Melissa, hacía tiempo que no nos juntamos a conversar solas de la vida (un ejercicio muy recomendable, sobre todo frente a un café rico en un lugar tranquilo).

Detesto que los fines de semana los trenes pasen con una frecuencia mucho menor de la habitual así que apenas bajo las escaleras de la combinación del metro corro hacia el tren que está en la estación, y soy la última en subir antes del pitido que te indica el cierre de puertas.

Como no me bajaba al tiro, me acomodé tranquilamente en el pasillo, mirando a una mujer que viajaba sentada con sus dos hijos: el mayor (unos 10 años) en el asiento del frente y la menor (unos 3 o 4 años) en su regazo. No puedo evitar esta manía de fijarme siempre en los niños que viajan en mi mismo carro, me encanta verlos jugar o hacer mañas, hablar con sus padres y escuchar cómo ven el mundo con sus ojitos diminutos.

Así que me paré al lado y bajé la música para poner atención.

La Moneda. "Holaaaa! holaholaholahola!!" empieza a gritar la niña, y miro a ver a quién saluda, probablemente algún conocido, pero no hay nadie. En Universidad de Chile se repite la escena, pero esta vez después de saludar la niña le dice a su hermano "Pero viste que la gente no me saluda?" y trata de seguir las instrucciones que él le da de saludar con la mano. Pero el truco no funciona, estación tras estación la niña se esfuerza en atraer la atención de alguien mas nadie la ve. "Holaholahola!!" repite en cada ocasión, mientras todos miran fijamente a las puertas viendo si hay espacio para subir. Hoy en día el metro no es lo que era antes.

Entonces, pasando Baquedano me pregunto hasta dónde irán y si alcanzaré a hacerlo, tan sólo necesito que vayan una estación más lejos que yo. Llegando a mi destino final me dirijo hacia la puerta, vigilando que la familia no se ha movido de sus asientos, sin ningún esbozo de bajarse quizás hasta la última parada del tren.

Bajo y me paro justo en frente de la ventana donde está sentada la mujer y sus hijos, la pequeña está diciendo algo a su madre y no presta atención hacia afuera. Espero que suba los ojos antes que parta el tren, y de pronto la niña mira hacia afuera y allí estoy yo, una tipa con una bufanda morada larga que la mira fijamente y de pronto comienza a saludarla. "Chao!... chao!" le digo mientras agito la mano con alegría. Ella sonríe y la veo decir "Mamá mira!" y saludarme antes de que el tren cierre las puertas. Entonces le tiro un beso y, mientras el tren parte, continúo mi camino hacia la salida de la estación.

Y de pronto ahí están: endorfinas corren por mi cuerpo. Aparecieron de la nada luego de esa pequeña travesura.

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